“El
año es un círculo. La estación del invierno se vuelve primavera;
de ésta nace el verano y finalmente viene el otoño para completar
el año. El círculo del tiempo jamás se interrumpe. Su ritmo se
refleja en el día, que también es circular. Primero es el alba que
nace de la oscuridad, crece hacia el mediodía y decrece hacia el
atardecer hasta que se vuelve la noche. El ser humano vive en el
tiempo; por lo tanto, su vida es circular. Venimos de lo desconocido.
Aparecemos sobre la Tierra, vivimos en ella, nos alimentamos de ella
y llegado el momento volvemos a lo desconocido. El mar sigue ese
ritmo; la marea fluye y refluye. Es como el aliento humano que entra,
llena el pecho y vuelve a partir.
El
círculo le da una bella perspectiva al proceso de envejecer. A
medida que envejeces, el tiempo afecta a tu cuerpo, a tus vivencias y
sobre todo a tu alma.(...)
Puesto
que estamos hechos de arcilla, el ritmo exterior de las estaciones en
la naturaleza se reproduce en nuestros corazones (…)
Hay
cuatro estaciones en el corazón de arcilla. Cuando es invierno en el
mundo natural, los colores se desvanecen, todo es gris, negro o
blanco, Los paisajes y los bellos colores empalidecen. La hierba
desaparece y la Tierra misma se congela en un estado de desolada
retracción. En el invierno, la naturaleza se retira, El árbol
pierde sus hojas y se vuelve hacia su interior. Cuando es invierno en
tu vida, sufres dolor, dificultades o agitación. Lo mas prudente es
imitar el instinto de la naturaleza y retirarte hacia tu interior.
Cuando es invierno en tu alma, no conviene iniciar nuevos
emprendimientos. Es mejor ocultarse, refugiarse hasta que pase el
tiempo vacío y desolado. Tal es el remedio de la naturaleza, que se
ocupa de sí misma en la hibernación. Cuando padeces un gran dolor
en tu vida, tu también debes buscar refugio en tu propia alma.”
John
O'Donohue,
El
libro de la sabiduría Celta.
Vienes
de un otoño y vas hacia una primavera, pero nada te excusa de pasar
por un frío invierno, y en ese trayecto te conocerás un poco mas
intimamente, si es que sabes verte por dentro. Confía, solo confía.
Que cada respiración te lleve mas cerca de la puerta de las flores,
que cuando añores el calor del Sol
sepas
encontrar tu propio calor, que te abrigue la capa de la amistad y que
la semilla que plantas hoy sea mañana un verde tallo.
En
esta estación del año, cuando la Tierra y el Sol se hallan tan
lejanos uno de otro, parece que su Luz apenas nos calienta, la
quietud del Sol solo es apariencia. El ser humano teme que esa
lejanía se haga realidad y llama al Sol, intenta atraerlo de nuevo
hacia sí de la manera que puede; invocándolo, orando, con ofrendas
y magias. La oscuridad y el frío son sinónimo de muerte, la Luz es
el nacimiento, la regeneración. ¿Pero qué sería de lo uno sin lo
otro?. El embrión humano se gesta dentro del vientre materno, con
los ojos cerrados al mundo, a oscuras, ¡y es el inicio de la vida!.
La semilla se planta en la tierra y aún así crece, también en
oscuridad.
Nuestros
mas antiguos antepasados temían sobremanera los días oscuros y
ofrecían lo mejor que tenían, sacrificándolo, para que retornase
la Luz. Numerosas culturas han sublimado este miedo a la oscuridad
creando ídolos, dioses de Luz, a los cuales han otorgado grandes
poderes, físicos o espirituales, de ese modo su supervivencia como
grupo tenía un “salvoconducto” en la oscuridad. Cristo dijo; “Yo
soy la Luz del mundo”. Buda llegó a la Iluminación. En el antiguo
Egipto se rendía culto al Rey Sol, en la figura del Faraón. Y
tantas otras culturas a lo largo del Planeta.
El
pueblo Celta tuvo su particular visión acerca de la llegada de la
noche mas larga del año, la del 21 de Diciembre en el hemisferio
Norte, como siempre, tan unificada con el mundo natural. Se llamó la
celebración de Yule, y consistía en plantar un árbol en el bosque.
Un pequeño arbolito, apenas un delgado tronco al cual se despojaba
de toda rama, se regaba y cuidaba pues en la primavera debía de
estar fortalecido y esplendoroso, como símbolo de victoria ante la
crudeza del invierno.
En
los ritos católicos se pactó celebrar la buenanueva del nacimiento
del Cristo en estas mismas fechas con un fin parecido; preparar las
almas para que no se enfríen con la llama de la salvación eterna;
la llegada del Mesías, nuestro Salvador. Todo es simbólico. Los
romanos celebraban bailes, comidas, juegos, en la fecha del solsticio
para contentar a Saturno, su dios oscuro.
Lo
que yo os propongo es un ritual que sincretiza varias de estas
tradiciones. Se trata de lo siguiente;
Comprobar
que la luna esté en fase llena, este año será entre los días 17 y
18 del mes de diciembre, conseguir los siguientes elementos:
Una
vela blanca
Un
vasito de agua
Un
sobre de semillas (pensamientos, claveles, etc.)
Una
pequeña maceta con tierra
Un
papel donde habremos escrito la siguiente bendición de inspiración
celta:
Que
sea bendecida tu casa.
Que
comprendas que tu cuerpo es amigo de tu alma.
Que
tengas paz y júbilo en las sagradas puertas de tus sentidos.
Que
comprendas que la santidad es atenta y esto te permita celebrar el
misterio del Universo y las posibilidades de tu presencia aquí.
Para
ti y para los seres del mundo.
Que
así sea.
En
primer lugar elegiremos un momento propicio para abrir nuestro
ritual, sin prisas ni interrupciones, disfrutando de cada instante y
poniendo nuestra conciencia en el acto sagrado. Una vez tengamos
claro el espacio donde lo vamos a hacer, lo limpiamos y comenzamos
por encender la vela blanca, con la mano derecha dibujaremos tres
cruzes sobre la llama. La vela no debe apagarse, y es preferible
ponerla sobre un plato plano para que pueda arder libremente.
Tomamos
las semillas y la maceta y las plantamos cuidadosamente, sin
hundirlas demasiado en la tierra, tomamos a continuación nuestro
vasito de agua y lo bendecimos igual que hicimos con la vela, regamos
la maceta, ponemos nuestras manos juntas palmas abajo sobre ella y
recitamos la bendición en voz alta.
Cuando
la vela termine de arder se considera acabado el ritual.
La
oración se puede recitar tantas veces se quiera, no solo dentro del
ritual, sino que también se puede tener a mano siempre que se desee.
Eso da fuerza a la planta, y, como ya habreis supuesto, la semilla es
una metáfora de nuestra alma, que en el transcurso del invierno vais
a cuidar, que no le falte el agua, sin ahogarla, la luz y el calor,
sin secarla, hasta que la primavera nos regale su presencia en el
mundo.
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