Bajo un sol ardiente ascendíamos entre las terrazas, ahora inertes, en sus tiempos cultivadas, de los pueblos incas del valle sagrado, muy cerca de la ciudad de Cuzco. El maestro Qero se prepara para abrir nuestro primer ritual y todo el grupo, los dieciocho sentados en círculo, esperamos pacientes deseando comenzar los ritos del Hatun Karpay.
Los Apukunas nos observan, En realidad flota en el ambiente la sensación de que TODO nos observa.
Nada mas comenzar la ceremonia entra en nuestro círculo una libélula muy grande, la mayor que yo he visto en mi vida, comienza a dar vueltas en el interior de la rueda de personas.
- Noticia, noticia!- dice Epi, nuestra guía- noticia para el grupo!.
Primer regalito, la pachamama está con nosotros, en cada uno de nuestros latidos desbocados por el esfuerzo de subir, subir, subir...
En otro día visitamos un nuevo lugar de poder, nuevos paisajes aunque similares, zonas de montaña ganadas para cultivar, aunque ahora es un parque natural protegido por las autoridades. Por eso hay bastante gente que lo está visitando, así es que nuestros maestros deciden alejarnos lo mas posible de las personas y buscar la compañía de la naturaleza. Hay que caminar, de nuevo bajo el sol, cada paso es una meditación. Nos vamos subiendo el cerro por un estrecho camino, a un lado la montaña, al otro un cortado, rodeándonos los apukunas, como siempre, vigilantes. Casi a punto de llegar un joven está sentado en el camino vendiendo flautas, dos minutos y ya forma parte del grupo para aquella ceremonia.
- Nuestro amigo se ha ofrecido para abrir nuestra ceremonia con música,-nos dice el maestro.
Todos felices y agradecidos saludamos a nuestro flautista improvisado. Atravesando el silencio del valle las notas melodiosas de la flauta nos conecta con el viento al cual hemos venido a honrar, ¿casualidad?, pachamama feliz.
Dos águilas aparecen convocadas por la música y dan unas vueltas sobre el grupo. Somos observados.
Carretera y viaje, ya vamos de regreso, hay hambre y cansancio y en el autocar reina la modorra del mediodía, esas horas pesadas de calor en las que hasta pensar cuesta. Pero no estamos solos, nunca lo estamos, y la pachamama sigue con sus regalos. En un punto del camino un músico nos hace señas de parar agitando su guitarra enfundada. Ha de viajar y no tiene coche. Ok, no pasa nada, lo acojemos con gusto y él, a cambio, nos regala su música durante el trayecto, ¡Ayni, Ayni!, y siguen llegando los regalos...
Otro día estamos caminando hacia un lugar cerquita de Aguas Calientes. El paseo es agradable, bordeando el rio Vilcanota. En realidad solo el maestro sabe adonde vamos, pero eso, al resto, no nos inquieta. Le seguimos con entusiasmo, de algún lado aparecen dos perros, uno pequeño y negrito, otro mediano y de color canela. Se mezclan con el grupo y caminan junto a nosotros todo el tiempo hasta que por fin llegamos al Mariposario, un lugar bellísimo, donde los perros entran como si estuvieran en su casa. Yo comienzo a pensar que realmente era su casa, pero entonces ¿qué hacían tan lejos en el camino...y por qué se unieron a nosotros?.Mejor no preguntar. Nos guiaron, de nuevo no vemos lo que es en realidad la esencia del Hatun Karpay, nos quedamos con la anécdota, pero ellos, nuestros guías, están siempre con nosotros.
El Día de la visita a la misteriosa puerta de Aramu Muru, junto al lago Titicaca, hacemos el círculo sagrado para la ceremonia y al instante unos graznidos fuertes interrumpen, sobre unos montículos de piedra, no lejos de la puerta de rocas, se posan los guardianes de la misma. Pájaros blancos y negros, grandes, que nos hablan, nos saludan, saben quienes somos, a que hemos venido y que pretendemos...,se hacen ver y luego se van por donde han venido. Sin ellos no hubíéramos podido conectar con la fría piedra de la puerta. Muchos vimos, muchos sentimos..., pocos lo explicamos, pero no importa, cada cual sabe lo suyo. Y los guardianes allí estaban, como de costumbre.
Regalos, regalos, regalos, subir, subir, subir, sentir, sentir, sentir, cada día un poco mas lejos y un poco mas alto, hasta que conquistemos nuestros corazones andinos.
Florinda.
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