Reflexiones, experiencias y todo aquello que me ayude a subir, desplegando alas, volando juntos...

jueves, 23 de febrero de 2012

El cauce del río.

En un lejano país de Oriente vive todavía, si no se ha muerto, un anciano de larga barba,rico en dinero y en sabiduría, el cual, con su tesón y esfuerzo, supo construir un  próspero pueblo habitado por hombres y mujeres que seguían su ejemplo hasta tal punto que, cuentan los que lo han conocido, sus tierras daban las mejores cosechas, sus cabras, ovejas y vacas la mejor leche, la lana de mas buena calidad, y sus jóvenes eran instruidos por doctos maestros en su escuela. Todos se esforzaban por hacer cada día su trabajo de la manera mas satisfactoria.
Cuentan que una tarde de verano un viajero llegó a la aldea parándose a beber agua en la fuente para refrescar su calor. Decidió sentarse un rato a descansar y así, como quien no quiere la cosa, fue observando distraido las idas y venidas de la gente de la aldea. Se fijó en que todos iban perfectamente vestidos, con ropas humildes, pero limpias y decorosas, los hombres trajinaban grandes sacos en sus caballerías pues regresaban de las huertas, acalorados pero felices. Las mujeres cocían panes y cenas cuyo rico olor se esparcía por todo el entorno, los niños jugaban despreocupados por la plaza y, en general, se respiraba un aire de tanta paz y armonía que el viajero se sintió conmovido. Él, que había viajado tanto, nunca vió un pueblo así. Había en aquel lugar un orden que inpregnaba todo cuanto alcanzaban a ver sus ojos, e, incluso, las miradas y los gestos de las gentes así lo decían.
LLevado por la curiosidad se sentó al lado de un anciano que parecía dormitar, recostado en una alfombra de lana, sus párpados arrugados se entreabrían de vez en cuando y su boca dibujaba una eterna sonrisa. El viajero le saludo amablemente y el anciano le devolvió el saludo. Al poco rato hablaban como si se conocieran de toda la vida;
-Hay algo en este pueblo que me parece maravilloso. Pero no es algo concreto, sino mas bien una cualidad que envuelve todo lo que veo, ¿qué es, acaso tu lo sabes?, mira que he viajado mucho y he visitado muchos pueblos y ciudades, pero en ninguno encontré esta armonía que fluye aquí por todos los rincones.
-¿quieres que te cuente una vieja historia?
-Si, por favor,cuentamela.
-pues verás,-dijo el anciano mientras daba vueltas a un collar de cuentas rojas con su mano derecha- no siempre fue así, de hecho hace muchos años este lugar era sombrío y pobre, muy pobre. No había huertas y todo estaba muy abandonado, las casas se caían de viejas y los habitantes parecían fantasmas abandonados a la peor de las suertes. Había miseria, mucha miseria. Pasaban inviernos de hambre y frío y veranos de tórridos calores. Los niños morían en sus cunas por falta de alimento o de atención. No quiero recordar las penas que pasamos y lo mucho que sufrimos. Por aquel entonces yo era un niño pero recuerdo todo muy bien, como si estuviera pasando ahora mismo. Yo tenía un amigo...si es que se puede llamar así, un conocido, un hombre que vivía apartado de todos, había abandonado su casa cuando perdió a su mujer y a sus hijos por la hambruna, y  había ido a refugiarse a una cueva que hay cerca del pueblo. Yo era muy curioso entonces ¡jajaja!-rió divertido el anciano-igual que ahora, y le espiaba casi todos los días, hasta que me descubrió y comenzamos a hablar. Me gustaba seguirle en sus paseos, no era un hombre de muchas palabras, pero yo estaba agusto a su lado.
Descubrí que el hombre cada día hacía lo mismo, iba hasta la cantera de piedras, cargaba las que podía y las llevaba hasta un riachuelo que corría cerca de la cueva. Yo no comprendía el porque de aquel quehacer, pero, sin darme cuenta, comenzé a hacer lo mismo que él. Cuando llegábamos al riachuelo, el hombre las colocaba de forma que se fuera dirigiendo el curso del agua en otro sentido, desbrozaba el caudal y lo limpiaba de matojos y porquerías. Así un día, y otro día, hasta que comprendí su afán; el hombre estaba mandando el agua hacia la aldea. No te engañaré diciéndote que me pareció una empresa fácil, todo lo contrario, pero había algo en aquel hombre callado y tenaz que me daba ánimos de contribuir a su intento.
Pasaron unos meses y el río alcanzaba ya las tierras planas y secas del pueblo. Entonces la gente comenzó a creer en el proyecto, pero aún así, todavía eran pocos los que ayudaban llevando piedras. Decían:¿para qué queremos un pequeño riachuelo? necesitamos mas caudal, y eso si que no lo podemos cambiar. No depende de nosotros. Pero el hombre no dejaba de trabajar ni un solo día y alguna vez respondía: Algún día vendrá el agua, si no hay canal, pasará de largo lejos de nosotros. Y efectivamente, tal y como el hombre anunció, se produjo una época de nieves, después vinieron las lluvias y los deshielos con el calor, todo eso hizo que el río creciera llevando alegres torrentes y llenando de vida aquel cauce construido con tanto esfuerzo por la mano del hombre. Los hombres de la aldea se afanaron en construir canales que regaban los huertos, un molino de agua para la harina, y al poco tiempo cada casa tenía su ganado, su huerto y su horno. Y tan bien lo hicieron y tanto trabajaron que de todas las aldeas vecinas venían aquí a comprar las viandas.
-Y así fue como se convirtió en la magnífica aldea que hoy veo.-concluyó el viajero.
-Así es el alma humana, amigo mío, un cauce que hay que construir piedra a piedra, paso a paso, para cuando  el conocimiento y la sabiduría brote seamos recipientes dignos de contenerlos y dejar que fructifiquen en todo lo que nos rodea.
El viajero suspiró y se dejó acariciar la cara con los últimos rayos del tibio atardecer.

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