Como su nombre indica, este trabajo con vela tiene una
duración de nueve días consecutivos, durante los cuales prenderemos una sola
vela, apagándola en cuanto sintamos que
hemos concluido nuestro tiempo a diario.
El número nueve como símbolo del trayecto que vamos a
recorrer hacia la realización de un hecho, que se materializará con el número
diez, el cual no es mas que un nuevo uno; el inicio.
Nueve son los coros de ángeles actuando para manifestarse en
el reino de Dios Padre.
El intervalo para su repetición será de veintiúndías, y
ofrendaremos nuestra vela para sostenimiento y sanación.
Para ofrecer nuestro ritual usaremos las horas diurnas, es
decir, desde la salida del sol hasta su ocaso, procurando siempre, en la medida
de lo posible, la hora de nuestra cita con él.
Nos situamos frente a nuestro altar y sosegando la mente
mediante unas tranquilas inspiraciones tomamos conciencia de que lo que vamos a
realizar merece ser potenciado con una oración de poder personal, cada cual
según su creencia o fe.
A continuación pasamos a consagrar las ofrendas, es decir,
la vela y todo aquello que hemos querido que esté presente en nuestro ritual,
mediante símbolos y por imposición de manos. Si no se posee ningún símbolo
propio de poder o no se está seguro de cual usar pues no pasa nada,
sencillamente una actitud de amorosa presencia es ya de por si muy válida y
efectiva.
Prendemos la llama de nuestra vela diciendo; “ Que esta
llama, símbolo de la pureza de mis intenciones, lleve mi oración hacia donde
tenga que llegar.”
Oramos.
Finalmente, al terminar de orar, damos gracias, cada cual
según su sentir, y decimos: “Que esta vela que apago ahora, en este momento,
aunque deje de arder en el mundo material, continúe dando su luz en los mundos
invisibles, igual que yo, ocupada en las cosas terrenas, continúo en espíritu de servicio. Amen”.
Apagamos la vela con los dedos o con un portavelas o
cucharilla al revés, nunca soplando la llama.
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