Reflexiones, experiencias y todo aquello que me ayude a subir, desplegando alas, volando juntos...

martes, 7 de febrero de 2012

Acerca de un lobo, una doncella y un árbol que cuidaba una caja.

Hace poco escuché de la boca de un rabí sefardita algo que me hizo reflexionar acerca de lo equivocadamente que gestionamos nuestros dones materiales la mayoría de los seres humanos, simples mortales, como dirían los grandes filósofos griegos, incapaces de hacer algo tan sencillo como “recibir” aquellos dones o recursos que la vida nos depara, nuestra propia historia de vida tiene desde el primer segundo todos aquellos recursos que necesitamos, PERO INSISTIMOS EN NO VERLOS. Nos desconectamos de lo que nos pertenece y nos lamentamos de nuestra mala fortuna, porque no conseguimos esto o aquello, aquel progreso esperado en nuestras vidas, aquella pareja que no termina de llegar, una economía saneada, ...un sinfín de cosas.
Nos acomodamos en nuestras carencias, eso si; a regañadientes.
El Rabí contó una breve historia que hace referencia a esta cuestión. Se titula:
El lobo, la doncella, y el árbol que cuidaba a los diamantes., y dice así;
Erase una vez un hombre que, teniendo ya una edad considerable, no se sentía feliz. Caminaba siempre triste, compungido y quejoso de su mala suerte.
-¡Pobre de mi!, nada me sale bien, no tengo una familia propia, mi trabajo no me satisface y mi bolsa de dinero cada día está mas vacía. No se que hacer, a quien recurrir, me siento perdido en mi desgracia.
De pronto se abrieron unas nubes en el cielo y dejaron pasar un magnífico rayo de sol que iluminó el camino por donde el hombre paseaba. Miró hacia el cielo y recordó a su Dios.
-¿Y si voy a hablar con Dios?...él tiene que escucharme, no pierdo nada por intentarlo.
Decidió seguir andando hacia donde el rayo de sol le llevaba, pensando que allí encontraría a su Dios.
Había andado unos pocos metros cuando vio a un lobo echado a uno de los lados del camino, el animal parecía muy triste y aburrido. La primera intención del hombre fue pasar de largo, pero algo le hizo parar al lado del lobo y, al verlo tan apático, le preguntó que le pasaba, pues siendo un lobo le extrañaba que tuviera esa actitud.
  • Lo que me pasa es que aquí no tengo futuro. No tengo comida, no podré sobrevivir mucho más tiempo. Soy un lobo y necesito poder cazar ¡que le vamos a hacer!, así son las cosas.
El hombre, compadecido del animal, le comentó que él se dirigía a la casa de Dios y que, si le parecía bien, le expondría a Dios su caso por ver si le daba alguna solución. Se despidieron y el hombre continuó su camino tranquilamente hasta que se encontró una doncella que, envuelta en lágrimas, se lamentaba de su mala suerte. El hombre se detuvo y lleno de curiosidad le preguntó a la mujer el origen de esos lamentos.
-Lloro porque , a pesar de ser una mujer joven y fértil, no encuentro marido. Ningún hombre que me agrade me propone matrimonio, todos son necios o maltrabajadores. ¡Que desgraciada soy, pobre de mi, nunca tendré un hogar ni un esposo con quien compartir mi vida!.
-Bueno mujer, no te lamentes mas, mira...si quieres yo voy a la casa de Dios porque necesito hablar con él, puedo preguntar también acerca de ti, si Dios me da algún recado yo te buscaré y te lo diré.
La mujer asintió y el hombre continuó su marcha.
Casi había llegado a la casa de Dios cuando se paró un momento para descansar en la orilla de un riachuelo de agua fresca y viva que pasaba casi rozando a un árbol el cual, se percató asombrado el hombre, se estaba secando por completo.
-¡Que extraño!. Este árbol está tan cerca del agua, y, sin embargo se está quedando seco.
Cuando llegó a la casa de Dios permaneció en el exterior y llamó
-Dios mio, escúchame, he venido porque necesito tu consejo. ¿Puedes hablarme oh Dios que todo lo sabes y todo lo puedes?.
Silencio. Nada ni nadie respondió a la llamada.
-Mira que estoy muy afligido, triste y perdido, no se como hacer para ser un hombre completamente realizado. ¡Ayúdame te lo ruego!.
De nuevo solo el silencio contestó.
  • Te prometo que si me hablas, yo haré exactamente lo que tu me digas que haga.
Al fin, una voz grave pero serena salió desde una gran luz y habló al hombre diciéndole;
-Hombre, tan mal dices estar que al fin he de hablarte. Sin embargo lo que tengo que decirte es que entregues tres cartas en tu camino de regreso a tu casa. La primera carta la leerás tu mismo en tu primer descanso en el viaje. La segunda carta se la darás a la primera mujer que veas durante tu viaje, y la tercera se la entregas al lobo que has conocido cuando te dirigías hacia aquí ¿has comprendido?
El hombre tomó las tres cartas y, resignado, se despidió de Dios.
Al pasar por el riachuelo se topó de nuevo con el árbol seco y decidió sentarse un rato a descansar y, de paso, leer la primera carta, la cual decía así;
-Al lado de un río de agua cristalina se halla un árbol cuyas raíces no pueden beneficiarse de ella porque entre ambas hay escondida una gran caja repleta de diamantes. El árbol se ofreció para ser su guardián hasta que llegara alguien dispuesto a liberarle de su misión.
El hombre miró al árbol y se preguntó:
-¿Serás tu ese árbol? - en ese momento las ramas del árbol se movieron dejándose mecer por una ráfaga de aire.- De todos modos no puedo quedarme a comprobarlo, tengo que seguir mi camino y todavía me quedan dos cartas que entregar.
Emprendió su viaje y, al poco, se encontró con la doncella que parecía estar esperándolo. Le entregó la carta y la joven la leyó en voz alta;
  • Mujer, cásate con el primer hombre que veas después de leer esta carta, si así lo haces tendrás una vida larga y plena en un hogar feliz, al lado de tu esposo y vuestros hijos.
L a muchacha levantó la vista y se topó con los ojos del hombre, al momento el rubor cubrió sus mejillas.
-¡Ya quisiera yo poder ser el afortunado!,-dijo en ese momento el hombre-  pero es que aún me queda una carta que entregar, me temo que no voy a poder casarme contigo.
Y se fue en busca del lobo, para poder entregarle también a él su carta.
Cuando llegó a su lado lo encontró medio dormido al borde del camino, el hombre le dijo:
-¡Alégrate lobo!, fui a hablar con Dios y él me dio esta carta para ti.
Y extendió la carta hacia el animal. El lobo tomó la carta, con mucha calma la leyó en silencio, miró al hombre un instante a los ojos y después rapidamente se abalanzó sobre él queriendo morderle en el cuello con sus afilados dientes.
-¡Pero que haces! - se defendía el hombre- ¿por qué quieres morderme?
-Siento mucho tener que hacerlo, pero yo solo estoy cumpliendo lo que Dios me pide en la carta; SI LLEGA HASTA TI UN ESTÚPIDO CON ESTA CARTA, POR FAVOR ¡COMETELO!

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