Reflexiones, experiencias y todo aquello que me ayude a subir, desplegando alas, volando juntos...

jueves, 20 de octubre de 2011

PALDEM y la cima de la montaña

 Este es un pequeño cuento que hoy escribí, espero que os guste.

Erase una vez, en un pequeño valle en las faldas de los Himalayas, un niño menudo pero muy despierto y dispuesto siempre a ayudar a quien pudiese necesitarlo. Palden se llamaba, y solía acompañar a su padre en sus quehaceres, cuidando del rebaño de Yaks, haciéndole la sopa mientras el hombre trabajaba en la tierra y todo aquello que era menester.
Palden se veía tan pequeño al lado de su padre que deseaba crecer pronto y convertirse él mismo en un hombre fuerte y vigoroso. A menudo contemplaba las cimas de las montañas cercanas, casi siempre blancas y luminosas, y soñaba que podía llegar hasta ellas. Veía volar grandes aves con enormes alas siempre acompañando al viento, llevando su camino, hasta arriba, siempre arriba, fijaba la vista intentando seguirlas con la mirada hasta que la luz del sol le cegaba y tenía que cerrar sus ojos, y aún entonces, veía la silueta blanca del ave en su mente oscurecida en un vuelo infinito.
“Algún día yo llegaré a la cima de esa montaña”, decía Palden a menudo. Su padre sonreía y le rascaba la frente y la nariz, “claro que si, hijo mío, algún día...”
Los años pasaron y Palden creció convirtiéndose en un muchacho lleno de energía y entusiasmo. Una mañana pidió a su madre que le preparara un atillo con algo de comida y su mala, se abrigó bien y después de orar frente a la estupa del camino que abría paso a la montaña, se dirigió hacia ella con gran decisión.
Pronto se dio cuenta de que la tarea no iba a ser cosa fácil, la montaña parecía crecer a medida que iba subiendo por sus entrincados senderos. El desánimo se apoderó de él y al tercer día creyó que jamás conseguiría alcanzar la cima. Y tanto se convenció de eso que, acto seguido, emprendió el descenso hacia el valle.
Cuando lo vieron aparecer con el semblante triste sus padres comprendieron que había renunciado a su sueño, pero Palden les anunció;
-Esta vez no ha podido ser, pero no me doy por vencido. El año próximo lo volveré a intentar.
Y así fue. Cada año que pasaba Palden era mas fuerte y se convencía de que en esa oportunidad lo lograría. Cada año el mismo ritual, ya no era su madre quien le preparaba el atillo, sino su mujer, oraba un rato frente a la estupa y comenzaba el ascenso a la cima de la montaña. Pero también cada vez que lo intentaba algo ocurría que le impedía alcanzar su meta. Se lesionaba, aparecía una gran tormenta, se perdía, tenía visiones que le aconsejaban que retrocediera, y así una vez, y otra, y otra mas..., irremediablemente tenía que interrumpir su ascenso a la cima.
Sus hijos le preguntaban;
-Papa ¿por qué no te olvidas de eso?
  • No puedo olvidarme. Es mi gran reto, mi sueño mas profundo y anhelado. Algún día conseguiré llegar a la cima de esa montaña, la conquistaré aunque sea lo último que haga en mi vida.
  • Algún día papa, algún día...
Palden tuvo una vida larga y tranquila al lado de su familia y sus amigos, fue un hombre respetado y un padre de familia querido, pero dentro de su corazón existía una pena que se alimentaba de la frustración por no poder alcanzar su sueño y eso le convertía en un hombre triste, a menudo malhumorado y taciturno, encerrado en la soledad de una visión imposible; él alcanzando la cima de la montaña, al lado de las enormes aves, por encima de las nubes, de los campos, de los hombres, tan alto que, si se lo propusiera, con solo estirar un brazo, podría tocar el cielo.
Aún así Palden no dejó ni un solo año de intentarlo, al final de su vida planeó la que él sabía que era su última oportunidad. Ya era un anciano y pronto abandonaría el mundo de las formas y de la ilusión para ir a encontrarse con el mundo donde el espíritu vive sin las ataduras de la materia.
Reunió a su familia y les dijo;
  • amados hijos, amada esposa, pronto volveré a la montaña, y esta vez será mi último viaje. Sabeis que alcanzar su cima es lo único que quiero conseguir antes de partir de este mundo, así que he decidido que, pase lo que pase, esta vez no volveré a casa.
Palden se despidió uno a uno de los suyos una mañana de viento suave y cálido sol, como de costumbre se dirigió hacia la estupa, hizo las postraciones pertinentes, y poco a poco comenzó su último ascenso.
Era su último intento, no podía fracasar.
Palden subió por aquellos caminos empedrados y difíciles sumido en sus meditaciones, alejado del mundo, sus pensamientos eran cada vez mas difusos, menos concretos hasta que llegó un momento en el que no pensaba nada, pero él no fue consciente de eso, y solo subía, subía, subía sin pensar en lo mucho que le costaba hacerse camino entre las piedras. Y a medida que subía se olvidaba de que estaba subiendo. Se olvidó de si mismo, caminaba pero no pensaba que estaba caminando, respiraba pero no pensaba que estaba respirando, miraba sus pies y no los veía, su corazón latía con fuerza como caballo desbocado y hasta su corazón le era ajeno a sí mismo. Se olvidó del tiempo que transcurría, era como si todo se hubiera parado en torno de él para permitirle el ascenso.
Palden continuó, nadie supo jamás como lo consiguió pero lo cierto fue que llegó al último repecho de la montaña y un rayo de sol le cegó los ojos de repente no permitiéndole ver la cima. Se frotó los ojos y dio los pasos definitivos con gran alegría en su corazón. Y entonces vio una figura a contraluz, un hombre sentado en posición de loto que le observaba con actitud serena. Se acercó lleno de curiosidad, y con gran sorpresa se vio a si mismo sentado en la cima de la montaña.
De su boca no podían ni salir las palabras, tal fue el impacto del encuentro, pero su otro yo le habló y su voz le hizo estremecer;
  • Te estaba esperando, sabía que vendrías algún día de estos. No te asustes al verte a ti mismo en la cima, la verdad es que siempre estuviste aquí, desde el primer día en que tu pensamiento voló montaña arriba, pero tu mente hacía que una y otra vez dudaras de ti, poniéndote obstáculos que a menudo surgían de la nada.
El hombre desea siempre hacer realidad su sueño mas hermoso, pensando que, de esa manera conseguirá realizarse como hombre, sin saber que en el mismo instante del soñar su ser vive dentro del sueño y que alcanzar la cima de la montaña no es sino soñar que ya se ha conseguido.

Florinda.

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