El rasgo sobresaliente de esta medicina es, sin duda alguna su carácter holístico: el budismo enseña que el hombre es, a la vez, espíritu y cuerpo. De allí la importancia primordial del medio ambiente, de las energías tanto físicas como psíquicas que lo afectan, de su comportamiento personal frente a la vida y la enfermedad. Tanto más cuanto que para un budista tiene que existir una relación dinámica entre el hombre y el universo. Esto también se expresa al decir que existe una estrecha relación entre lo mental y lo físico. Se debe señalar también una singularidad de la medicina tibetana: la de la noción de enfermedad kármica, es decir, ligada a condiciones específicas de vidas anteriores. Estas afecciones se atienden con tratamientos muy particulares, más cercanos a un ritual religioso que a los métodos prácticos comúnmente utilizados.
Según la tradición tibetana, el cuerpo está formado fundamentalmente, por las cinco energías cósmicas que son: Tierra, Agua, Fuego, Aire y Espacio. Se considera inútil insistir en desarrollos filosóficos que este concepto implica. No obstante, estas energías, en primer lugar, son fuerzas dinámicas; su sinergia es esencial para un funcionamiento equilibrado, cada una de ellas específicamente ligada a un sentido físico, a una parte determinada del cuerpo y a un centro interior. El menor desequilibrio entre ellas produce malestar o enfermedad. Las estaciones del año y los astros también tienen un papel que desempeñar en este marco tan complejo. En el momento de la muerte natural (cuando el arco de vida impartido a cada uno, las fuerzas kármicas y los méritos acumulados llegan a su punto de agotamiento), estas energías pierden sus poderes propios y se desvanecen poco a poco. Primero, la Tierra se ve absorbida por el Agua, en tanto que la visión se enturbia. Luego, el Agua se diluye en el Fuego y las cavidades interiores del cuerpo se disecan. Después el Fuego es absorbido por el Aire, cuando el calor del cuerpo desaparece. Por último, el Espacio absorbe el Aire y la respiración cesa…
Para fines de diagnóstico, el médico tibetano procede primero a un examen de la orina. Luego pasa a escuchar el pulso, que toma simultáneamente con tres dedos (el índice, el medio y el anular), lo que le permite determinar el carácter “caliente” o “frío” de la enfermedad. Este arte es exclusivamente tibetano y se requiere un mínimo de seis años de práctica para que el candidato sea autorizado a establecer un diagnóstico, bajo la mirada atenta de su maestro, por este medio de una extremada sutileza y de una sorprendente precisión.
Sin embargo, tomar el pulso no es un método suficiente: para que esta “escucha” del cuerpo sea completa, el médico debe tener en cuenta factores estacionales y astrológicos porque las pulsaciones difieren, según se produzcan en uno u otro momento del año. Conviene igual mente no descuidar las influencias solar y lunar, si bien el instante ideal para examinar con mayor justeza a un enfermo se sitúa entre el momento en que se inicia la aurora, cuando las energías del sol y de la luna se encuentran brevemente en equilibrio dinámico, instante asimismo en que las líneas de la mano son más claras…
Para los tratamientos, el practicante insiste para empezar en la aplicación de los métodos suaves utilizados en un ambiente relajado y cálido. Además de cocimientos, cataplasmas, ungüentos, baños, masajes, régimen alimentario, píldoras vegetales y de otros tipos, el médico recurre a veces a la moxibustión (de origen mongol) y a la aguja de oro. La acupuntura tibetana es muy distinta de la china y se ha empleado en otras condiciones; se dice que incluso es anterior a la china. Otras técnicas más modernas se utilizan en otras condiciones si los medios tradicionales no tienen efecto, pero el practicante tibetano siempre tiende a tomar en cuenta el tiempo como factor de curación o el retorno del equilibrio de las energías desestabilizadas, porque, en su criterio, el enfermo es un todo indisoluble con el mundo en el que vive. Probablemente, esta es la única medicina del mundo que sabe combinar armónicamente aspectos espirituales, físicos y cósmicos del hombre, hasta el punto que –ironía de la historia– la medicina tibetana siempre se ha tenido en muy alta estima en China…
El presente texto fue tomado de la edición en español de "El Señor del Loto Blanco. El Dalai Lama",
Según la tradición tibetana, el cuerpo está formado fundamentalmente, por las cinco energías cósmicas que son: Tierra, Agua, Fuego, Aire y Espacio. Se considera inútil insistir en desarrollos filosóficos que este concepto implica. No obstante, estas energías, en primer lugar, son fuerzas dinámicas; su sinergia es esencial para un funcionamiento equilibrado, cada una de ellas específicamente ligada a un sentido físico, a una parte determinada del cuerpo y a un centro interior. El menor desequilibrio entre ellas produce malestar o enfermedad. Las estaciones del año y los astros también tienen un papel que desempeñar en este marco tan complejo. En el momento de la muerte natural (cuando el arco de vida impartido a cada uno, las fuerzas kármicas y los méritos acumulados llegan a su punto de agotamiento), estas energías pierden sus poderes propios y se desvanecen poco a poco. Primero, la Tierra se ve absorbida por el Agua, en tanto que la visión se enturbia. Luego, el Agua se diluye en el Fuego y las cavidades interiores del cuerpo se disecan. Después el Fuego es absorbido por el Aire, cuando el calor del cuerpo desaparece. Por último, el Espacio absorbe el Aire y la respiración cesa…
Para fines de diagnóstico, el médico tibetano procede primero a un examen de la orina. Luego pasa a escuchar el pulso, que toma simultáneamente con tres dedos (el índice, el medio y el anular), lo que le permite determinar el carácter “caliente” o “frío” de la enfermedad. Este arte es exclusivamente tibetano y se requiere un mínimo de seis años de práctica para que el candidato sea autorizado a establecer un diagnóstico, bajo la mirada atenta de su maestro, por este medio de una extremada sutileza y de una sorprendente precisión.
Sin embargo, tomar el pulso no es un método suficiente: para que esta “escucha” del cuerpo sea completa, el médico debe tener en cuenta factores estacionales y astrológicos porque las pulsaciones difieren, según se produzcan en uno u otro momento del año. Conviene igual mente no descuidar las influencias solar y lunar, si bien el instante ideal para examinar con mayor justeza a un enfermo se sitúa entre el momento en que se inicia la aurora, cuando las energías del sol y de la luna se encuentran brevemente en equilibrio dinámico, instante asimismo en que las líneas de la mano son más claras…
Para los tratamientos, el practicante insiste para empezar en la aplicación de los métodos suaves utilizados en un ambiente relajado y cálido. Además de cocimientos, cataplasmas, ungüentos, baños, masajes, régimen alimentario, píldoras vegetales y de otros tipos, el médico recurre a veces a la moxibustión (de origen mongol) y a la aguja de oro. La acupuntura tibetana es muy distinta de la china y se ha empleado en otras condiciones; se dice que incluso es anterior a la china. Otras técnicas más modernas se utilizan en otras condiciones si los medios tradicionales no tienen efecto, pero el practicante tibetano siempre tiende a tomar en cuenta el tiempo como factor de curación o el retorno del equilibrio de las energías desestabilizadas, porque, en su criterio, el enfermo es un todo indisoluble con el mundo en el que vive. Probablemente, esta es la única medicina del mundo que sabe combinar armónicamente aspectos espirituales, físicos y cósmicos del hombre, hasta el punto que –ironía de la historia– la medicina tibetana siempre se ha tenido en muy alta estima en China…
El presente texto fue tomado de la edición en español de "El Señor del Loto Blanco. El Dalai Lama",
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