Había una vez, porque toda historia debe comenzar con "había una vez", un don de gran valor que les fue dado a los Niños de la Tierra. No toda la gente lo reconoció como un gran don ni lo honró como tal, pero fue, de todos modos, una maravillosa ofrenda para aquellos que pudieron comprender y aceptar lo que les había sido dado.
A través de las diferentes épocas ha habido historias sobre este mágico don que fue llamado "curación". Se habló de él en diferentes tiempos y lugares (en tierras tan antiguas como Egipto, Tíbet y China) y en el pasado de otros países. Algunos dijeron que era un mito insubstancial, y otros declararon lo contrario. Muchas historias crecieron alrededor de las actividades de los grandes Maestros que vinieron a la Tierra, los Avatares, ya que fue dicho que cada uno de ellos había traído este don de la curación cuando vinieron a compartir su mensaje de Verdad con los Niños de la Tierra; sin embargo, aquella magia no fue conocida ni practicada nunca más, y hubo muy pocos, si hubo alguno, que pudiera decir realmente que tal cosa alguna vez, existió.
Hubo muchas leyendas acerca de los milagros de curación obrados por estos grandes Maestros, pero tales historias fueron fácilmente descartadas al no haber demostración cabal de ellas en cientos de años- si en verdad estos hechos ocurrieron alguna vez. Aquellos que insistieron en la "prueba" no encontraron ninguna, por lo tanto los que creyeron en la posibilidad de hechos semejantes mantuvieron esta creencia por sí mismos, sabiendo que no había manera de probar lo que creían.
En este mundo de escepticismo del siglo XIX nació en Japón un bebé de nombre Mikao Usui, un niño destinado a convertirse en un erudito y filósofo así como también en un profundo curador. Educado por misioneros, se convirtió en cristiano y ascendió a una posición de eminencia como director de una escuela cristiana para niños en Kyoto. En su doble papel de Ministro y Director trabajó entre sus estudiantes hasta que una mañana fue consultado amablemente durante el servicio parroquial por varios estudiantes avanzados, quienes le preguntaron si creía en la Biblia, si creía literalmente. Cuando el Dr. Usui les respondió que sí, los estudiantes desearon que les demostrara su creencia ejecutando un milagro, como aquellos que había obrado Jesús. Como el Dr. Usui fue incapaz de realizar esto, sus estudiantes declararon que su fe era ciega e insuficiente para reforzar la de ellos mismos, ya que necesitaban algo más que una fe ciega para poder creer.
El Dr. Usui se sintió golpeado por la enormidad de este cuestionamiento y les pidió a los jóvenes que no perdieran su fe. Declaró su intención de renunciar inmediatamente a su posición y viajar a un país cristiano occidental donde pudiera aprender cómo realizar estos milagros de Jesús, y retornar a Kyoto para dar una prueba literal de sus creencias.
Su destino fue Norteamérica donde se inscribió en una universidad de Chicago para estudiar más profundamente las escrituras cristianas. Su interés se centró en los milagros curativos, y cuando se evidenció que no podría aprender de sus estudios cómo curó Jesús, comenzó a explorar en las sagradas escrituras de otras grandes religiones del mundo. Finalmente se concentró en las escrituras budistas, habiendo aprendido que Buda y sus primeros discípulos habían practicado la curación. Intuitivamente sintió que la respuesta que buscaba la encontraría en esta tradición.
Luego de siete años en América, el Dr. Usui regresó a Kyoto donde podría estudiar más a fondo los Sutras budistas. Allí visitó muchos templos y monasterios, hablando con los monjes sobre la curación. Estaban de acuerdo en que Buda había curado: sin embargo, esta práctica se había dejado de usar en el budismo, dedicándose los monjes a la salud espiritual y dejando a los doctores la curación física.
En el transcurso de su búsqueda el Dr. Usui encontró un abate zen, quien lo invitó a permanecer en su monasterio mientras proseguía sus estudios. El Dr. Usui aceptó la invitación y durante muchos años convivió con estos monjes. Primero estudió las escrituras en japonés, y no encontrando lo que buscaba, pensó que se había perdido mucho en las traducciones. Como el budismo había llegado a Japón desde China, entonces aprendió chino y leyó los sutras en esta lengua. Sabía que estaba cerca, pero aun así no encontraba lo que deseaba. Otra vez, puso en duda la traducción, y decidió aprender sánscrito porque el budismo había salido originalmente de India. Se convirtió en un maestro de sánscrito, y fue en esta lengua donde finalmente encontró lo que estaba buscando. ¡Los secretos de la curación eran suyos! Había encontrado los símbolos; sin embargo, no sabía qué hacer con ellos ni cómo utilizarlos.
Sin querer aceptar ésta como una respuesta final, decidió retirarse a una montanña considerada sagrada por los monjes en las afueras de Kyoto, para ayunar y meditar durante tres semanas con la expectativa de que le sería mostrado el significado de lo que había hallado. Discutió su Iniciativa con el abate, y le pidió que si no regresaba al día veintiuno enviara unos monjes a recoger sus huesos. Su intención era no regresar sin una respuesta.
El Dr. Usui caminó hasta esta montaña, unos diez kilómetros fuera de la ciudad, y encontró un lugar tranquilo cerca de una corriente de agua donde se sentó a meditar, permitiéndose únicamente beber agua durante su prolongado ayuno. Para llevar cuenta de los días depositó a su lado veintiún piedrecitas, las que fue descartando hasta quedar una sola.
De este modo, en la mañana del último día se sentó en la oscuridad que precede al amanecer, mirando hacia el firmamento donde vio una luz distante en el cielo negro. Mientras observaba, la luz comenzó a ser más brillante y a acercarse rápidamente. A gran velocidad, cada vez más cerca, más cerca y se dio cuenta de que si continuaba sentado allí la luz lo golpearía. Su primer impulso fue apartarse, luego pensó en todos esos años en los que había estado investigando; entonces se sentó inmóvil, dispuesto a permitirse esta experiencia. La luz lo golpeó en la frente y perdió la conciencia.
Cuando volvió en sí el sol estaba alto, brillando en todo su esplendor, y supo que habían pasado varias horas; sin embargo, tenía un recuerdo completo de lo que había pasado durante ese período de tiempo. Cuando la luz lo golpeó, reconoció colores bellísimos, todos los matices del arco iris: seguidamente apareció una intensa luz blanca, después de la cual grandes burbujas transparentes aparecieron ante sus ojos. Cada una de ellas contenía uno de Ios símbolos que él había encontrado en las escrituras sánscritas. A medida que cada burbuja entraba en su campo visual se le daba la instrucción para utilizar el símbolo correspondiente. Tan pronto como fijaba la información en la memoria, la burbuja se desplazaba y otra la reemplazaba con un símbolo diferente. De este modo se entregó al Dr. Usui la enseñanza completa sobre los significados de los símbolos. Ahora poseía los secretos que tanto había buscado, supo que ésta era la Energía Vital Universal que él llamó "Reiki", y de esta forma nació el Sistema Usui de Curación Natural.
Lleno de energía y ansioso de regresar a Kyoto, el Dr. Usui salió de su larga meditación y bajó de la montaña: al caminar rápidamente se lastimó el talón por lo que inmediatamente puso en práctica lo que había aprendido. Mientras se tomaba el pie sintió una curación instantánea y recibió la primera comprobación de que las visiones que había tenido eran verdaderas.
Mientras seguía bajando de la montaña se dio cuenta de que estaba muy hambriento, así que al pasar por una taberna al costado del camino, se sentó a la mesa cubierta con un mantel rojo (señal de que el local estaba abierto). Un hombre viejo llegó de la cocina a retirar su pedido, al ver al Dr. Usui con la barba crecida y sus ropas llenas de polvo, dedujo que había estado en una larga meditación arriba en la montaña, y por esto no quería brindar a su cliente el menú común: deseaba, en cambio, cocinarle una papilla de arroz, sabiendo que después de un prolongado ayuno el estómago necesita recibir un alimento ligero antes del alimento sólido, el Dr. Usui no deseaba esperar, así que insistió en comer lo que había disponible, unos vegetales en vinagre y arroz, los que no le causaron ninguna molestia.
La nieta del anciano le llevó la comida, tenía la cara hinchada cubierta con un pañuelo a causa de un flemón. Al ver esto, el Dr. Usui le pidió permiso para tocarle la mejilla: el dolor cesó inmediatamente y la inflamación disminuyó. Ante este hecho la muchacha y su abuelo estuvieron de acuerdo en que este monje era de lo más extraño: esta nueva comprobación de la verdad de la enseñanza recibida colmó de regocijo al Dr. Usui, quien siguió su camino a Kyoto.
Los monjes lo recibieron con alegría, contentos de su regreso, sano y salvo luego de veintiún días. Al preguntar por la salud del director del monasterio, le informaron que el abate se encontraba en sus aposentos porque estaba sufriendo un ataque de artritis. Tan pronto como se higienizó y cambió, el Dr. Usui fue a rendirle informe sobre su experiencia; el abate se alegró mucho al oír que la búsqueda de tantos años había sido recompensada y que habían sido revelados los secretos de la curación, y le pidió una demostración que alivió su dolor inmediatamente.
Los dos hombres discutieron sobre lo que se podría hacer con este conocimiento tan grande, y el Dr. Usui decidió ir a los barrios bajos de Kyoto donde podría ofrecer la curación a los mendigos. Luego enviaría a los más jóvenes al monasterio para que los monjes les enseñen oficios con los que podrían ganarse la vida.
En aquellos días era muy peligroso para un extraño entrar en los suburbios, porque los mendigos se agrupaban en bandas lideradas por un cabecilla y no daban la bienvenida a extraños entre ellos. El Dr. Usui buscó al jefe de los mendigos y le pidió permiso para poder vivir allí y curar a la gente, necesitando solamente de un lugar donde poder dormir y realizar su trabajo, junto con tres tazas de arroz por día. Aceptaron su pedido, así que se mudó a su zona y comenzó su tarea de curación entre estos pobres, una labor que le demandó todo su tiempo durante muchos años.
De pronto comenzó a reconocer algunos rostros mientras caminaba por el vecindario, luego de averiguar supo que éstos eran algunos de los Jóvenes que él había enviado al monasterio para aprender. Habían regresado a los suburbios porque para ellos ganarse la vida era más duro que salir todos los días a pedir.
Al escuchar ésto, el Dr. Usui sintió que había fracasado, por lo que dejó los suburbios inmediatamente. Al meditar sobre lo ocurrido, recordó las primeras discusiones con los monjes, en las que ellos hablaban de su profundo interés por la curación espiritual de sus seguidores. Se dio cuenta de que aunque él había tenido mucho éxito en equilibrar el cuerpo físico de los mendigos, no se había interesado por su salud espiritual. En este momento añadió a Reiki sus Cinco Preceptos Espirituales:
- Sólo por hoy no te preocupes.
- Sólo por hoy no te enfades.
- Honra a tus maestros, padres, vecinos, amigos.
- Agradece por todos los seres vivientes.
- Gánate el pan honestamente.
El Dr. Usui se dio cuenta también de que al dar Reiki tan libremente, los mendigos no habían desarrollado una apreciación para la energía; no sentían gratitud por el don maravilloso que habían recibido a través de él. Decidió que nunca más daría Reiki a nadie que no lo apreciara.
Comenzó a viajar a lo largo de Japón de ciudad en ciudad, enseñando Reiki a otros. Fue un maestro inteligente y sabio, al llegar a una ciudad donde no conocía a nadie caminaba en el mercado durante el día llevando una lámpara encendida. La gente se reía y se burlaba de un hombre tan tonto que llevaba una lámpara encendida mientras el sol brillaba, de esta forma llamaba su atención y los invitaba a encontrarse con él por la tarde, si realmente querían aprender sobre la luz... Así reunía a la gente para escuchar la historia de Reiki, después de lo cual muchos deseaban saber cómo realizar esta curación.
Llegó a tener una gran cantidad de estudiantes que lo seguían y a mediados de 1920 conoció a un hombre que se convertiría en su discípulo más dedicado: el Dr. Chujiro Hayashi, un oficial naval de reserva de cuarenta y siete años. Con la transición del Dr. Usui, el Dr. Hayashl se convirtió en el Gran Maestro de Reiki, llevando adelante esta tradición de enseñanza y curación desde su clínica de Tokio.
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