Reflexiones, experiencias y todo aquello que me ayude a subir, desplegando alas, volando juntos...

jueves, 18 de noviembre de 2010

Cuentos para Reiki. Juan el carpintero

Había una vez un hombre que se llamaba Juan.

Juan era un muchacho alto, pelirrojo, sus brazos eran como de acero por la tremenda fuerza que tenía. Se ganaba la vida como carpintero y cuentan quienes le conocieron que él solo era capaz de mover un árbol una vez que lo había cortado en el bosque, transportarlo a su casa y transformar con su trabajo la madera hasta conseguir fabricar hermosos muebles que después vendía por la región.

Juan era por lo tanto un buen carpintero, pero tenía un gran defecto que lo hacía insoportable para el resto de la gente, y es que era un muchacho muy gruñón y nada, nada, pero que nada amable.

Cuando alguien le pedía algún favor, él siempre contestaba;

_ ¿Pero qué te has creido?, ¿acaso yo soy tu criado?, ¡apáñatelas como puedas y a mi déjame en paz que tengo mucho trabajo!.

Debido a su mal carácter vivía solo y nunca recibía visitas, ni tenía amigos. Y tanto le despreciaban la gente del pueblo que, poco a poco, dejaron hasta de saludarle cuando se cruzaban con él por la calle.

Un día, un matrimonio que estaban esperando la llegada de su primer hijo, acudió hasta su cabaña para, desesperados por las circunstancias, pedirle a Juan que les dejara su carro y así poderse trasladar hasta el pueblo vecino, donde la mujer podría tener a su bebe en buenas condiciones, ya que se presentaba un parto complicado y allí no había hospital.

_ Por el amor de dios, vecino, te pedimos el favor de que nos dejes tu carro. Mira que mi mujer está a punto de parir, tiene muchos dolores y no puede montar en la mula hasta el pueblo de al lado. Si fueras tan amable de dejarnos tu carro...

Juan no se movió de la puerta y, con sus gruesos brazos cruzados en el pecho y su voz de trueno les contestó:

_ ¿Dejaros mi carro?...ni pensarlo, lo necesito yo.

Ante la negativa rotunda de Juan, los esposos comenzaron a caminar por el pueblo, en busca de otra alma mas caritativa que les prestara auxilio.

Esa misma noche, Juan se hallaba cortando leña para hacer un fuego en su chimenea cuando, de una forma increible, el hacha que Juan utilizaba, se escapó de sus manos y fue a dar contra su brazo derecho, le hizo un gran corte a la altura del hombro.

Juan se asustó mucho, la sangre comenzaba a salir como un río y el dolor se hacía insoportable. Casi sin pensarlo, Juan salió de su casa protegiendo su herida con unos trapos que encontró encima de una mesa y llorando de dolor y desesperación fue hacia las casas del pueblo para ver si alguien le auxiliaba.

Caminó de casa en casa llamando a golpes a las puertas cerradas de sus vecinos, chilló, gritó y hasta suplicó que alguien le ayudara...pero el silencio fue la única respuesta que Juan obtuvo de donde quiera que se acercó.

Casi al amanecer, cuando el sol ya despuntaba en el horizonte, Juan, solo, herido y llorando, decidió caminar sin rumbo, hacia las montañas pues había comprendido que nadie en el pueblo le iba a ayudar y tenía gran tristeza en su corazón.

Cuentan que pasados unos años, Juan estaba viviendo solo en una cueva, sus cabellos habían crecido tanto como sus barbas, sus ropas estaban rotas y su aspecto era lamentable, parecía un mendigo, alimentándose de raíces, frutas y el agua de un arroyo que había cerca de su cueva.

Y aunque la herida de su hombro derecho había dejado de sangrar, no había curado del todo, de vez en cuando se abría la carne y se infectaba, produciéndole a Juan terribles dolores.

Desde el día del accidente Juan no había vuelto al pueblo, ni se había encontrado con nadie, y tanta soledad y amargura dieron lugar a que Juan, arrepentido de su anterior conducta, reflexionara acerca de todo lo que había pasado en su vida. Recordaba como despreciaba a las personas, nunca les había ayudado ni había tenido un gesto amable con nadie, por eso comprendió que aquella noche tan negra en la que él pidió ayuda, nadie respondiera a su llamada.

Un buen día, Juan, dolorido por la herida de su brazo, acudió al río para refrescarla un poco. Cuando llegó vio con asombro como un pequeño niño, de apenas cinco años de edad, jugaba en una parte del rio bastante peligrosa, de mucha corriente y profundidad. De inmediato, Juan se acercó al niño, le tomó en brazos y, a pesar del dolor, lo llevó hasta un sitio seguro, lo dejó en la hierba y se quedaron mirándo los dos un buen rato.

Al fin, Juan le preguntó;

_¿Dónde están tus papas?

  • No lo se. Estaba jugando y me he perdido. Ahora no se como llegar a mi casa.-Contestó el niño- ¿te duele mucho el brazo?.

  • Si, - respondió Juan- pero no importa, merezco esto y mucho mas, he sido un mal hombre, y ahora estoy pagando mi castigo por ello.

El niño miró a Juan con mucha compasión y dulzura, se acercó hasta él y puso sus manitas sobre la herida con muchísimo cuidado.

  • Pobrecito, yo creo que ya has sufrido bastante. Tu eres un hombre bueno, puesto que no dudastes en ponerte en peligro para salvar mi vida.

De las manitas del niño comenzó a salir un calor agradable que calmaba el intenso dolor de Juan. Al rato, aquel dolor había desaparecido ante la sorpresa del hombre, quien sonrió por primera vez en mucho tiempo.

Sintió que con las manitas del niño, se había llenado su pecho de aquel calor amoroso y se alivió así de dos heridas; la del cuerpo y la de su alma.

Juan y el niño tomaron camino del pueblo, pues, agradecido por los cuidados del niño, había decidido, con un gran gesto de amabilidad y compasión, llevar al pequeño junto a sus padres, así se tuviera que enfrentar a los habitantes del pueblo, eso no le importaba, solo quería poner a salvo al niño.

Cuando llegaron al pueblo, Juan pidió al niño que buscara su casa y eso hizo, llamaron a la puerta y, para sorpresa de Juan, aparecieron los esposos que, hacía ya algunos años, habían acudido en busca de su ayuda en el momento del nacimiento de su primer hijo. Ayuda que Juan les negó.

Desde ese día, Juan permanece de nuevo en el pueblo. Trabaja honradamente como carpintero, trata a sus vecinos con respeto y amabilidad y es correspondido de igual manera.

A veces, el niño acude al taller para aprender el oficio.

Florinda.

Solo por Hoy se amable con tus semejantes

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